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Traducci​ó​n simult​á​nea

by Víctor Aguado Machuca

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1.

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Traducción simultánea de una conferencia que versa sobre su traducción. La conferencia fue dictada por Isidoro Valcárcel Medina y traducida al francés por Déborah Gros. A continuación se ofrecen íntegramente las notas para la conferencia:

Hace algo más de un año, con motivo de la presentación en Londres del libro “Performance in resistance”, tuve la oportunidad de ofrecer una conferencia en la Tate Modern de aquella ciudad.

Para mi sorpresa, resultó que este museo no contaba en su auditórium con servicio de traducción simultánea.

Tal vez por el contratiempo de no poder traducir sobre la marcha, decidí llamar a mi digresión “Ser traducido”. Así que, para recuperarme en parte de aquella frustrada experiencia, decido incluir en esta oportuna ocasión unos amplios fragmentos de aquel texto, el cual hacía referencia precisamente a las versiones contemporáneas de acciones realizadas mucho tiempo antes.

Y es justamente este “traducir” de un idioma a otro y de un tiempo a otro lo que se ajusta a la circunstancia de esta experiencia actual.

Vertiginosamente, el transcurrir traduce. Lo hace, pues, con más eficacia que el más avezado traductor profesional.

Para hacerse entender en otra forma y otros modos de hablar, recurrimos a la traducción… Para hacer entender lo que pasó, nos parece lo más lógico servirse de otro lenguaje más actualizado; lo malo es que el tiempo desvirtúa por sí solo lo que pretendemos salvar.

Decía Azorín: “Ser traducido, comer los extranjeros un manjar insípido”. He acudido para titular la charla a esta cita literaria, tan ajustada al caso, porque no hay que desdeñar la libertad de acción que genera el no hablar una lengua extraña. O si se prefiere decirlo de otro modo: se trata del descuido que obliga al espero, de la ignorancia que obliga a la improvisación.

Ahora se dice en español, horripilantemente, en lugar de “ser traducido”, “ser versionado”. El arte del momento aspira a versionar la ⎯el⎯ performance (dice sabiamente la Real Academia de la Lengua: “género ambiguo”). Me pregunto, entonces, ¿traduce el traductor “acción” por “performance”? Yo uso “acción” porque no estoy traduciendo, digo. Pero, y de los modos de accionar ¿qué se hace?, ¿se performatean?, ¿ser traducido es ser digerido?, ¿es la acción traducción o acto primigenio? ¿Y si se tratara, a fin de cuentas, de traducir el pasado? Me atrevo a decir que tal cosa está abocada al fracaso.

¡Qué bien en este momento pararse a considerar la denominación misma ⎯”acción”⎯ como término que manifiesta y define a la vez! Es quizás el gesto consciente que mejor puede expresar la limpieza del acto creativo, encerrando en su desarrollo el preámbulo de toda obra de arte y clausurando honestamente el círculo de la expresión. La acción confunde su nombre con el de la realidad; y ahí puede radicar, por otro lado, parte de la culpa de que vaya siendo desplazada esa denominación, porque resulta poco sofisticada y, a lo mejor, demasiado explícita y clara para el sofisticado mundo del arte.

Sin embargo, no nos engañemos, toda obra de arte es fruto de una acción… y esa acción es la parte fundamental de ella, razón por la cual esta palabra resulta tan redonda y concluyente. Más adelante y en la actualidad ha ido estando influida por denominaciones foráneas y ha pasado a ser producto de cierta especulación cultural e incluso económica.

Aunque, en esencia, en un momento dado, el suceso ocurre…, y en otro momento (igualmente dado) el suceso se cuenta, se recuerda, se añora, incluso. Pero tal vez lo malo es que la nueva versión ya no reproduce, ¡imposible!, el suceso.

Sin embargo, y por el contrario, ser traducido con libertad y autonomía no deja de ser también, venturosamente, “ser reinventado”; y así, el papel de la creación se cumple.

Lo que el ser humano cultivado no termina de asumir es que “contar” es “hacer de nuevo”. Lo que el hombre culto se empeña en desconocer es que lo ocurrido se traduce siempre ⎯si es que se pretende adaptarlo⎯ en otra cosa. No dar derechos a esa otra cosa es cercenar una opción creativa. Los goces del autor no han de ser, en esencia, distintas de los del traductor… y, por descontado, no estoy hablando de oficios.

La gran mayoría de las acciones de hoy “traducen”, sin haberse enterado de que disponen de la opción de crear. Así que lo que de verdad parece atrevido es traducir al traductor, cosa que puede realizar uno mismo sin salir de casa. Ulrichs sometió un texto suyo a sucesivas y encadenadas traducciones a diferentes idiomas hasta retomar al suyo inicial, encontrándose con algo bien ajeno y creativo.

El tiempo, pasando ante todo, delante y por en medio de todo, traduce a nuestro pesar. No enterarse de aquello por culpa de un mal entendido afán artístico es desdeñar la realidad, es suponer, erróneamente, que el arte es sólo lo sorprendente.

Yo leo y mi traductor traduce ⎯da lo mismo que se unos segundos después⎯ algo nuevo. Los performers de antaño (la mayoría de ellos, los que no actúan como creadores) traducen a la misma lengua en diferente época; es decir, son inentendibles.

Se desliza el tiempo, sí, pero también los lenguajes y, en el mejor de los casos, las ideas, aunque esto último no sea un axioma garantizado.

Tal vez me exprese más claramente si acudo a Illich cuando dice que el inglés actual ya no posee las características necesarias para traducir el latín del siglo XII. Pues de modo parecido, el análisis de las peculiaridades de los condicionantes de las acciones de los años sesenta no han sido interpretados por los que realizan acciones en la actualidad, los cuales siguen repitiendo los mismos clichés; es decir: no se pueden traducir con el léxico actual las vivencias de entonces.

Los performers ejercientes o surgidos ahora (la gran mayoría de ellos, repito) han realizado, leído u oído las acciones de antaño y pretenden hogaño, con la mejor intención y con el más respetuoso léxico, “traducir”… y presentan sus traducciones a un público que, por regla general, no presenció, ni vivió, ni oyó las acciones en origen. Pero lo que ambos, autores o receptores, no hacen es percatarse de que pueden (mejor: deben) hacer ahora sus acciones de ahora, mientras que aún tiene sentido hacerlas. Sí, es cierto que más vale traducir que repetir, pero también es verdad que hay cosas mejores que traducir, en este sentido, y es crear.

Aunque, para ser íntegramente exigente, lo peor es cuando ni siquiera se traduce, sino que simplemente se traslada. Traducir no es trasladar; traducir requiere un esfuerzo y una cultura.

Lo malo surge cuando hay un traductor que cree que debe traducir al pie de la letra…; o cuando aparece un autor que piensa que ahí yace la semilla del acierto. Es decir, lo malo viene cuando se piensa en que la siempre de las ideas depende de la traducción (entiéndase aquí esta repetida palabra con su mayor amplitud).

El traductor es siempre infiel, y eso es lo que le salva; el autor tiene la obligación de no ir por el camino abierto. He aquí el canto de las traiciones venturosas; traiciones a rajatabla, pero plenas de responsabilidad y satisfacción. Por eso, cuando de una u otra forma se postula la reiteración, aunque sea en el acierto, aparece la forma o la desgana de los que habían soñado con seguir divirtiéndose a costa del arte, permítaseme la osadía.

Un antiguo performer que ya no se divierte repitiendo aquellas cosas, sólo puede traducir su desazón así precisamente, repitiéndolas para, al menos, dejar claro que se ha enterado y que la palabra que traduce aquella ya sobrepasada expresión es la misma, desgraciadamente.

Llegado a este punto, ya que lo que la sociedad le pida es que siga traduciendo, ha de convertirse, descaradamente, en reformista.

La salvación del reformista es jugar a dos barajas: usar las mismas cartas, pero inventar nuevas relaciones entre ellas. Esta baraja nueva, que parece enigmática de puro normal, le ha de servir para tomar el pelo a los doctos y para que los indoctos se encariñen con él, aunque en ambos casos el nivel de incomprensión sea equiparable.

Para aclarar un poco más mi postura, hace tiempo que ideé el llamado “refrito”, aplicable a aquellos casos que, sin renuncia a la creatividad, ¡faltaría más!, se servirían de algo ya guisado para pasarlo de nuevo por la cocina y añadirle algún ingrediente original, única cosa que conseguiría revitalizar el viejo guiso. Ahora bien, he de admitir que mi disgustaría mucho, volviendo a la cita inicial, que un mal apaño produjera “un manjar insípido”.

Traducir aquello en esto no es, tal vez, demasiado divertido, a pesar de que la obligación de los traductores sea pasarlo bien y ser respetuosos, como yo ruego a mi traductora o traductor que lo sea asimismo con la palabra “refrito”, porque es fundamental.

Apetece poner de manifiesto que traducimos de igual modo al trasladar algo no sólo de una lengua a otra, sino también de una época a otra, de un lugar a otro, de un género a otro.

La traducción que yo hago es infiel, pero es voluntariamente infiel. En realidad, la traducción está siendo fiel, lo que ocurre es que, con el paso del tiempo, se hace infiel. No es que la haga alevosamente infiel, es que deviene ella infiel por el transcurrir.

La paradoja reside en que si traigo aquellas ideas sin apaño alguno, lo que se dice una traducción literal, sería torpe, ya que significaría desconocer la realidad de las circunstancias.

Ser traducido, pues, termina siendo una experiencia en doble sentido; el autor primigenio del texto descompone el acierto o fracaso de la traducción (este es mi caso), pero quien realiza la traducción (que sí lo conoce) no es, sin embargo, quien puede juzgarlo.

Vendría a ser, idealmente, el autor quien opinara sobre la nueva obra, él que es responsable sólo de la primera.

Esta imposibilidad o incapacidad del traducir es su esencia misma; casi podría decirse que tan sólo la reacción del oyente daría una orientación sobre el gesto traductor. Y es por ello por lo que, en cierto grado, la traducción debe ser libre, autónoma.

Por mi cuenta, poseo una traducción inglesa de aquella conferencia, pero como no sé inglés, no la puedo juzgar. Esa es la gran ventaja de la ignorancia. Sin embargo, quien haya llevado a cabo el trabajo cabría pensar que sí ha podido opinar. Ahora bien, ¿ha sido creador de las nuevas palabras, o ha colocado una tras otra, en versión independiente de las voces? Quiero decir: ¿ha traducido o ha creado? Tal vez solamente él o ella lo sepa.

Por nuestra parte, los que no conocemos más que uno de los lados, habremos de conformarnos.

Muchas gracias.

credits

released December 12, 2016

Conferencia: Isidoro Valcárcel Medina
Traducción simultánea: Déborah Gros
Dirección: Víctor Aguado Machuca
Agradecimientos: Miguel Álvarez Fernández, Laura Pérez Tabarés
Proyecto financiado por Ayudas Creación Injuve
Con la colaboración de Radio Clásica RNE y Radio La Casa Encendida

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Víctor Aguado Machuca Madrid, Spain

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